miércoles, 12 de agosto de 2009

Stranger Than Paradise, segundo largometraje del gran Jim Jarmusch, cuenta la llegada de una joven húngara a Norteamérica, la cual acompañada de su primo y de un amigo de éste, pasará por distintas aventuras y desventuras. Desarrolla y explora los detalles más simples que afectan la vida de las personas. Como si la historia no fuera la historia de los hechos que ocurren sino del intermedio entre hecho y hecho, la historia de los detalles de un momento cualquiera. Es narrativa propia de Jarmusch, es decir narrativa obtusa. No hay más planos que los necesarios, y no hay planos completamente necesarios. Todo podría cambiar y la historia no cambiaría. Como si el lenguaje cinematográfico diera la posibilidad de observar momentos que, sublimes tan sólo en la intimidad, puedan darnos placer sabiendo aún sólo dan placer cuando los hacemos nosotros. La película es en blanco y negro para poder contar absolutamente todo, olvidándose del poder de los colores y sus cambios. Imágenes capturadas de momentos indiferentes con una suma de elementos, las tomas largas dan tiempo a observar los pocos elementos y sobra el tiempo para pensar y preguntarse: ¿que mierda está pasando realmente? Es esa manía por la vulgaridad de los hechos y el azar que me hacen amar por completo a Jarmusch. La película implica observar una serie de hechos que en su conjunto nada muestran y dónde se aprecia que lo importante no es lo que esté pasando sino lo que estemos viendo, lo que vamos a sentir si olvidamos la narrativa y el lenguaje usual, si observamos atentamente el lenguaje del lenguaje. Realmente es una obra hipnótica.


Posdata: en realidad, todas las obras de Jarmusch lo son.

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