martes, 4 de noviembre de 2008
Digamos que en relación con la realidad y la imaginación, simplificando, hay tres tipos de personas: quienes creen sólo en la realidad, quienes creen sólo en la imaginación y quienes creen que no es tan fácil separar la una de la otra. Los primeros son los de la vida práctica y cotidiana; los segundos son los de las escapadas a mundos de fantasía cuando ya no soportan más la realidad; y los terceros (los más raros, extraños) viven la realidad como si fuera una fantasía y las fantasías como si pudieran ser reales. Yo creo que esta película Le ballon rouge está del lado de quienes pertenecen al último grupo. De lo que se trata aquí es dejarse llevar por este cuento infantil de bondad, de exaltación de la amistad, de la belleza de lo sencillo. Y es que para definir la felicidad no hace falta más que mirar a la sonrisa de ese niño mientras juega con su silencioso amigo, un globo mágico. Un globo que nos enseña lo que es la generosidad, la lealtad, la amistad verdadera e incluso el amor. Un globo que es el símbolo de una utopía, un globo que demuestra que ante la solidaridad y la bondad no es posible que ni la envidia, ni el egoísmo, ni la maldad puedan triunfar. Es un cortometraje que me hace ilusionar, conmoverme y soñar. Emociona durante cada segundo de los poco más de treinta minutos que dura. De veras, nadie debería perderse esta obra maestra por nada del mundo. El hecho de que me guste debe ser por que pertenezco al último grupo, es decir, la realidad con si fuera una fantasía y las fantasías como si pudieran ser reales.
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